Que no nos confunda el anglicismo. El lobby o grupo de presión no es, ni mucho menos, fruto de la última revolución digital. De hecho, desde tiempos pretéritos se han ejercido acciones interesadas para tratar de influir en las decisiones de los legisladores con el objetivo de satisfacer las necesidades de un colectivo eminentemente privado.

La Real Academia de la Lengua Española confiere a este término dos acepciones, la que nos ocupa y la que hace referencia al vestíbulo. Dos significados bien relacionados. Lo cierto es que, con el paso de las décadas, el modelo de acción de estos grupos se ha tenido que ver forzosamente obligado a los cambios. El puro, la copa de brandy y la charla de tú a tú en las recargadas estancias de los hoteles en los dos últimos siglos han dejado paso a estrategias algo más sofisticadas.

Pero, ¿cuáles son los actuales canales utilizados? En los medios de comunicación de masas, entendidos en cualquiera de sus formatos, está la clave ¿Hay algo mejor que un determinado titular en el momento justo? En este sentido, no solo el canal, sino también la estrategia, se ha visto alterada.

Aunque la esencia de las reuniones elitistas alrededor de los círculos de poder continúa siendo inquebrantable, bien es cierto que la profesionalización del lobby y su acceso a los medios de comunicación de masas a través de diferentes vías no solo sirve para influir en la toma de decisiones de los legisladores, sino también para reclutar más adeptos afines, muchas veces inconscientes del fin último y por lo tanto útiles para agrandar la maquinaria. Es por ello por lo que el actual escenario obliga a los editores a estar, si cabe, más vigilantes que nunca.

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