Respecto a las redes sociales, como en otros muchos aspecto de la vida, en el término medio está la virtud.

Como hemos explicado en algunas ocasiones, en los últimos años estas herramientas han pasado de ser apéndices de nuestro yo a, en algunos casos, monopolizar e incluso sugestionar cada uno de los pasos que guían nuestros designios. En este escenario, la ausencia del relativismo individual -un problema de calado en el espectro social- genera total dependencia y, por ende, problemas.

Más que como subterfugio para evadir problemas puntuales, las redes sociales pueden convertirse en una cueva fantasmagórica. La soledad, la baja autoestima o la constante necesidad de sentirse reforzados, aunque sea a base de ‘likes’ digitalizados, son el caldo de cultivo ideal para aquellos que buscan en la red la aprobación popular a base de publicaciones que, en ocasiones y por sí mismas, dejan ya entrever ciertas patologías.

Nuestra reflexión de hoy gira en torno a los diversos estudios que se centran en las huidas hacia delante de personas que abandonan las redes sociales para ser más felices. Desde nuestro punto de vista, creemos que la clave no está en el abandono de perfiles, sino en una relación sana de las personas con su yo digitalizado.

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