Es la era de la posverdad. Tanto es así que el diccionario Oxford la nombró palabra del año el pasado 2016. Pero a pesar de ser un neologismo, su significado y el abuso de su utilización no son cosas nuevas. Ya en 1992 Steve Tesich lo utilizó escribiendo sobre Watergate, Irangate o la Guerra del Golfo, donde decía que el pueblo había decidido vivir en la posverdad. En 2004 Ralph Keyes publicó su libro “The post-truth Era” donde explicaba la situación que ya se había impuesto, ubicando este término más allá de la verdad y la mentira. Finalmente en 2010 David Roberts acuñó la expresión de la “política de la posverdad” que se ha utilizado para definir la campaña de Trump o del Brexit.

 

Ha quedado probado que el ser humano es más emocional que racional, por ello de primeras nos creemos más fácilmente algo que sentimos como verdad que algo que realmente sea verdad y se demuestre. Un ejemplo de esto se dió tras la catástrofe del 11-S cuando de la población traumada donde reinaba la psicosis surgió una sociedad sensible y desconcertada, donde proliferó la comunicación basada en posverdades que se creían a ciencia cierta. Mediante estas apelaciones a la emoción se logra manipular la opinión pública y hacernos creer información que no está ni contrastada ni demostrada y que, por supuesto, está lejos de ser cierta.

 

No hay que confundir nunca esto con el marketing emocional, que se basa en la creación de un vínculo emocional con el receptor y futuro cliente para que los usuarios y consumidores sientan una relación con la marca, lo cual crea valor de marca y fidelidad. Hay que tener en cuenta que tocar la fibra de alguien, sus sentimientos, sin ser sincero, es el peor tipo de mentira que se puede utilizar. Sin embargo, llegar al corazón a través de la verdad, es amor.

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